Rechazos, sobras y desechos constituyen lo que hemos llamado “restantes” orgánicos (Moraes, 2010) y son abundantes allí donde hay vida. Sin embargo, la organización humana en el entorno urbano provoca un cambio en la forma en que estos restantes interactúan con el ciclo de vida. En un entorno natural, los restantes orgánicos rara vez se acumulan o contaminan. Para comprobar este hecho basta entrar en un bosque. Por lo general, lo primero que hacemos es hacer una respiración profunda y experimentar el fresco aire. Esto lo hacemos casi inconscientemente, sin darnos cuenta que allí es donde cientos de animales comen, orinan, defecan, dejan piezas, conchas y residuos, rechazan partes de sus alimentos y mueren... todos los días. Pero a diferencia de nuestros vertederos y rellenos sanitarios, no huele nada. Todo material sobrante tiene destino rápido y seguro. Los restos de una actividad biológica son utilizados de forma continua y harmoniosa como fuente de alimento a otra, en un ciclo que comienza y termina en las plantas y los hongos. Estos últimos seres, un elemento clave del proceso entero.
El medio ambiente urbano crea, entre otros males, una falsa sensación de abundancia. Lo que la hace falsa es, entre otras cosas, que esa abundancia no es el resultado de cualquier actividad directamente relacionada con su producción. La tendencia es que todo - o casi todo – a lo que se tiene acceso en las zonas urbanas nos llegue por la mediación del dinero, y través de él logramos la acumulación de bienes innecesarios, de alimentos en exceso y, sobre todo, los descartamos en forma de basura.
La mayoría de las actividades urbanas se destinan a la generación de dinero, un trozo de papel, lo cual generalmente se admite como tener el poder de dar a luz lo que se desea o lo que uno está convencido por el mercado de su necesidad. Con el dinero, y mucho petróleo barato, toneladas de alimentos son transportados, acumulados y agrandan la pérdida de todos los días en las células en los centros de distribución, los vertederos y contenedores de recogida en los centros comerciales y supermercados.
La posibilidad de ganar dinero para llegar fácilmente a lo que usted desea, sin estacionalidad, sin depender del clima, sin restricciones, sin el costo de esperar meses o años, es la regla. Todo esto genera un profundo desprecio por la suerte de los tres subproductos de la actividad biológica. Partes utilizables son despreciados por toneladas. Se generan más residuos de los que se producen en una cocina tradicional, en un bosque o una casa convencional (antiguamente un centro de producción y no de consumo) además de eliminar los residuos fisiológicos que se diluyen en el agua potable en cantidades excesivas. Todos estos nutrientes, a su vez, inevitablemente se transforman en contaminantes en las zonas urbanas, causando problemas, alterando la flora y la fauna, ampliando la frecuencia de las zoonosis y las enfermedades humanas, arruinando la calidad de vida de los desgraciados que viven en zonas cercanas a su desalojo, y la ampliación de la brecha social entre las clases sociales. El resto de orgánicos representan alrededor del 60% del total de residuos producidos por una familia en la ciudad, y como contaminantes dejan de ser utilizados y se convierten en una fuente de problemas.
Frente a esta acumulación de nutrientes perdidos y desperdicio, algunos ya piensan en cómo podrían utilizarlos de manera más inteligente: La producción de más energía para el consumo (uno de los destinos menos nobles de las riquezas de este tipo), el compostaje y la alimentación de animales son algunos de los destinos ofrecidos, aunque por muy poca gente.
El uso de estos nutrientes en la alimentación de la producción de animales en escala, puede ser un destino interesante, y parte de la pregunta: ¿Cómo usar estos recursos para alimentar animales destinados al consumo humano? Esta cuestión, aunque interesante, no cuestiona la forma en que se organizan las cosas en las zonas urbanas. Tal vez si se invirtiera la forma de hacer la pregunta, tendríamos una alternativa aún más instigadora.
Cuando invertimos la pregunta, esta podría formularse así: ¿Qué animales se pueden utilizar para resolver el problema de la eliminación de los rechazos, sobras y desechos?
Tradicionalmente, nuestras abuelas y bisabuelas siempre se hacían esta pregunta y también fueron las precursoras, las promotoras y especialistas principales en la práctica de la agricultura urbana y el manejo de los rechazos, sobras y desechos. La mezcla de animales en las casas de nuestros antepasados siempre ha garantizado la presencia de proteína animal de calidad en la forma de huevos frescos y sin aditivos, carnes frescas procedentes de pollos, conejos y cerdos pequeños al mismo tiempo que la fertilidad en el jardín se había garantizado por la abundancia de lombrices de tierra y otros micro habitantes, alimentados por los desechos y rechazos enterrados, sin olvidar la seguridad de los perros alimentados con nuestra comida y el control de roedores para los gatos que compartían nuestras sobras.
El diálogo de esta práctica con los conocimientos modernos de gestión, selección, nutrición y bienestar de los animales es una buena manera de aumentar la soberanía alimentaria, reducir el impacto de nuestra producción absurda de residuos contaminantes, ayudar en la restauración de los aspectos de la calidad de vida perdidos, y reducir los pequeños inconvenientes con los cuales sufrían algunos de nuestros abuelos.
Volver a conectar nuestras vidas a nuestros compañeros a lo largo de la historia - los animales - es parte de la capacidad de redimir nuestra humanidad, que se pierde en el proceso de una sociedad de consumo enloquecido sobre la base de la apatía, la carrera y la esquizofrenia colectiva. Con ellos podemos promover una mayor soberanía alimentaria, la reducción de los efectos nocivos de nuestra presencia en el planeta y movernos en la dirección de integrar el ciclo de la vida, como hubiera de ser desde el comienzo de nuestra existencia en este planeta. Con ellos podemos alimentarnos con respeto, disfrutar de su compañerismo, reducir el estrés, desconectarnos de la TV (¿Para qué TV si uno puede ver amorosas cabras, pollos felices y conejos jugando?), nuestros hijos e hijas puedan tener una experiencia profunda de la vida y nuestro barrio tiene la posibilidad de ser convertido en un lugar de intercambio, colaboración y de mutualidad.
En nuestra práctica en la “Finca de la Vid” (nuestra unidad pequeña de agricultura urbana en Curitiba, Brasil) utilizamos actualmente cuatro especies de animales como ayudantes en nuestra gestión de los residuos urbanos: pollos, conejos, lombrices de tierra y cabras. Importamos en nuestro patio trasero de unos 200 m2, entre el 1,5 y 2 toneladas de basura y residuos urbanos al mes, y producimos con esta importación: composta, humus, huevos y verduras en cantidad suficiente para las tres familias que participan en nuestra comunidad intencional y algunos vecinos y amigos. Este año estimamos lograr casi tres toneladas de producción de comida hasta diciembre. Recibimos visitas de vecinos y amigos, de los niños y los reporteros que vienen a vernos casi todos los meses. Con todo eso he tenido el privilegio de ver más vida y la salud derivadas de la gestión de los nutrientes y contaminantes que normalmente se perderían con las políticas públicas convencionales.
Continuaremos publicando, en la medida que se genere la demanda, sobre la gestión de cada especie animal que tenemos y cómo lo hacemos e nuestra “finca urbana”. Consejos y guías, respuestas y solución de problemas serán compartidos. Así que no dude en contactarse con nosotros y hacer preguntas, compartir consejos y éxitos, así como estimular el debate, y si deseas dale a conocer nuestros textos a través de sus redes e interesados.
Gracias por leer hasta aquí, no dude en contactarnos en cualquier momento.
Claudio Oliver